Un cornudo consentido

Soy casado y tengo 36 años. Mi mujer tiene 33. Quisiéramos que apareciera en su blog la historia que voy a contarles. Me casé con mi mujer queriéndola mucho y ella a mí.
Nuestras fantasías eróticas, bueno las mías no tienen fronteras. Yo sabía que mi mujer había tenido un novio cuando tenía 16 años.
Cuando éramos recién casados follábamos y yo la decía que me contara lo que hacía con su novio. Siempre se negaba, incluso se enfadaba pero yo notaba que su coño se ponía más húmedo, y así cada vez. Hasta que llegó el día que cuando se corría le dije:
—Llámale, llámale.
Y bajo mi asombro empezó a llamarle y a decir:
—Jódeme, jódeme.
Después me confesó que le deseaba y me contó lo que había hecho con él. Follar sabía yo que no, porque el primero fui yo, pero se la meneaba y según ella, tiene un miembro que vale por dos del mío. Se corría entre sus piernas y nada más. Sobeteos de tetas como yo digo. La pregunté si no la importaría follar con él, ella dijo que sí; lo deseaba con todas sus fuerzas, pero el problema es que él está en el pueblo y nosotros en Tarrasa (donde él está es en Granada). Es por lo visto muy buen chaval y todo un gran señor que cuando vamos de vacaciones mira a mi mujer de reojo y mi mujer a él también. Sigue soltero el cabrón con ese pedazo de rabo que tiene según mi mujer.
El verano pasado estando de vacaciones, una noche nos fuimos a un pueblo cercano en el cual había fiestas. Allí estuvimos bebiendo y brindando hasta la madrugada. Mi mujer esa noche estaba guapísima con un vestido que la marcaba todo su culo y lo demás, y aunque es bajita está muy buena.
Cuando ya decidimos venirnos, al pasar por donde tenía el coche vimos que en la plaza estaba nuestro amigo. Observé como mi mujer se puso roja. Me acerqué a él y le dije:
—Rober ¿qué haces aquí? Me dijo que salía con una chica del pueblo aquel, y como no tenía coche esperaba un taxi. Eso era muy difícil a esa hora y le dije:
—Venga, vamos yo te llevo.
Ya en el coche por la carretera, empecé a gastarles bromas de cuando eran novios.
La cosa se fue calentando. Al llegar a una curva que hay un descampado me aparté, paré el coche y le dije:
—Rober, ¿te gustaría hacer el amor con mi mujer?
—No le hagas caso, está un poco bebido.
Tragó saliva y se puso rojo de vergüenza.
Con una mano la levanté el vestido hasta la barriga, dejando sus preciosos muslos y su braguita al descubierto. El estaba en el asiento de atrás, mirando como asustado.
—Tócala Rober, tócala.
Le cogí la mano y se la puse en la entrepierna de mi mujer. Ella estaba temblando, él se quedó con la mano allí puesta como atontado. La bajé la braguita blanca, vi cómo se iba abriendo de piernas y con los ojos cerrados decía:
—No, no.
Yo los dejé porque ya se habían calentado.
El la tenía cogida bien por el coño con las bragas a medio muslo y ella abierta y jadeando como una golfa y decía:
—Más, más, fóllame, fóllame.
El estaba besandole las tetas que se las había sacado por el escote. Parecía que no se daban ni cuenta de que yo estaba allí.
—Mi vida, mi vida... —decía como loco.
Tuvo una corrida que yo nunca la había visto, pero no pararon, ella estaba salida y putona pero maravillosa, yo estaba masturbándome.
De pronto el coche empezó a oler a chumino y tuve una idea: los separé y le dije a él:
—Rober ¿todavía tienes la casita del terreno aquel que compraste? Me contestó que sí y sin perder más tiempo puse el coche en marcha.
Por el camino seguían con el manoseo. Mi mujer estaba desconocida.
Llegamos al chalet, él abrió torpemente y entramos. Dio la luz y pasamos al comedor.
—Rober —le pregunté— ¿aquí traes a tus ligues?
—Bueno, de vez en cuando —me contestó.
—Oye, ¿qué piensas de todo esto? —le dije.
Por sus palabras pude ver que podía fiarme de él, que no diría nunca nada.
Después de bebernos unos cubatas empecé a sobar a mi mujer que estaba muy avergonzada. El nos miraba, la cogí en brazos y la llevé al dormitorio.
—Rober, ven aquí. Vamos no tengas miedo, fóllala cabrón con ese manubrio que me han dicho que gastas.
Se acercó y yo mismo le dije que se quitase la ropa. Se quedó en porretas.
Tanto mi mujer como yo no podíamos creer lo que estábamos viendo, una polla descomunal, hacía por dos de la mía de larga, pero gorda hacía por tres. Me puse salido, él se echó al lado de ella y la dejó en pelotas enseguida. La di ánimos y empecé a besarla. El le abrió las piernas y empezó a comerla el coño. De pronto mi mujer dijo:
—Ven cachondo que vas a hacer de boca mamporrero. Cogiéndome la mano me la puso en su polla. Métemela tú. Entonces puse su capullazo en la entrada del coño chorreante y el cabrón empezó a brochearla como un loco. Ella empezó a correrse. La cogió como una pluma y la puso a cuatro patas:
—Te voy a enseñar lo que es un hombre de verdad. El tío se había destapado.
—Cógeme la polla cabrón y métela.
Así lo hice, pensé que la iba a matar con aquel pedazo carne. Poco a poco la fui metiendo. Yo por detrás vi el mejor panorama que había visto en mi vida. El coño parecía que la iba a reventar empezó a bombear como loco.
—Te quiero mi vida, —la decía.
Ella se corría como nunca lo hizo conmigo. El sacó la polla y cogiéndome por la cabeza me hizo que se la chupara, me dio tanto gusto que me corrí. Quitándome otra vez le dije a Rober.
—Métesela en la boca.
Lo intentó pero no la cogía. Ella con su lengua le daba en todo su capullo y recorría toda su longitud, hasta los huevos que eran como pelotas.
La levantó una pierna y de lado, se la metió.
Mi mujer estaba como una puta. Cuando él se corrió, ella ya lo había hecho cuatro o cinco veces, y con sólo una vez la llenó el chocho de leche, parecía un burro. Luego la follamos los dos: yo por la boca. Bueno ¡qué locura!, tanto mi mujer como yo nos acordamos mucho de él, sobre todo ella, que le deseaba locamente, por eso ahora estamos de suerte, porque viene a trabajar a Barcelona esta primavera y le tendremos más cerca.
Un cornudo