Cuanto más grande mejor

Es posible que mi gran pasión por las tetas de gigantesco tamaño obedezca a que estoy casado con una mujer que ni siquiera tiene los pechos de un tío. Sólo en las dos ocasiones que ha dado a luz he podido considerarla «femenina»: a pesar de esto, su busto no llegó a medir más de 70 cm. Debo reconocer que al principio me gustaban otras cosas de ella: posee un precioso coñito, es guapa de cara, sus caderas me resultaban muy sensuales... Sin embargo, su carencia de tetas me arrastró a la desesperación. Por eso me eché en los brazos de Faustina.

Esta «tía maciza es la jefa de almacén de la fábrica donde trabajo, y posee unos pechos de primerísima división: dos auténticos balones, entre los cuales se encuentran maravillosamente mis labios, mi lengua y mi polla ¡Cómo me excita, y la inmensa felicidad que me proporciona!

No me resultó sencillo ligarme a esta maravillosa hembra. Soy un tímido. Pero, después de tres años pensando en ella —creo que ya me había hecho más de un millar de pajas a su salud—. Me eché tres copas de coñacs al coleto, lo estuve pensando toda la mañana, y al mediodía, aprovechando que ella se quedaba en el almacén a comer, le pedí que me dejara el infernillo para calentar mi tartera: y, cuando ella se estaba riendo con mis chistes —tengo una cierta habilidad para contarlos—, la cogí de las tetas... ¡Con qué desesperado placer se las apreté!

Dado que ella siguió riendo, sin protestar, me di un lote de ordago a lo grande, hasta que me corrí. Luego, todo fue cuestión de ir buscando los lugares más conveniente para repetir el juego. Y como los dos no somos unos niños, nadie sabe que nos entendemos... Me gustaría hacerla mi esposa. Sin embargo, ¡cosas de la vida! ella está casada con un tío al que no le gustan las tetas gordas —creo que tampoco le gustan las pequeñas, ya que le considero un maricón—. En ocasiones hemos pensado en mandarlo todo a paseo: dejar la fábrica y nuestros hogares, y largarnos donde fuera.

Nos detienen nuestros hijos —ella tiene tres y yo dos— además, el trabajo está muy mal... Creo que seguiremos así durante el tiempo que sea preciso, si un día se descubre nuestro pastel, ya será cosa de pensar en otra solución: ¡pero, os lo juro, yo no me pierdo a mi Fausti por nada del mundo!

Lorenzo - Valencia

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