Harto de Caldos Viejos

El placer de conquistar chavalillas se ha convertido para mí más en un vicio obsesivo que en una costumbre. En la actualidad supone una motivación permanente, que me quita el sueño. Mis amigos suelen divertirse conmigo llamándome «el maniático de la idea fija».
Esto me ha provocado no pocas complicaciones, ya que cuando era todavía un crío las chicas de mi edad solían evitarme, pues era bastante conocida mi tendencia.
Al momento de relacionarme con ellas, ya trataba de besarlas, lo que les provocaba unas estampidas a «mil por hora», que a mí me terminaba por hacer mucha gracia. Lo que sucede es que mi sangre caliente e impulsiva, como buen español, me borboteaba de placer y necesidad de aventuras. Esto hizo que por lo general buscara contactos con mujeres mayores que yo, pues generalmente demostraban un mayor temperamento y menos inhibiciones que las chicas.
Hasta mi iniciación sexual fue con una mujer bastante mayor que yo, y una experiencia larga de contar. Me llevó a su casa, ya que vivía sola y allí se aprovechó de mí hasta cansarse. La conocí en un pub, mientras yo me encontraba con unos amigos tomando unas copas. Me pareció que me miraba con cierta insistencia, lo que me produjo una gran turbación.
Llevábamos un rato mirándonos de vez en cuando, hasta que me indicó con una seña discreta que me acercara. Me separé unos instantes de mis amigos y, en el momento que estuve junto a ella, noté que me miraba el paquete como queriéndomelo desabrochar con los ojos. Esto me excitó todavía más, y ni siquiera dije palabra.
Con una sonrisa maliciosa me invitó a tomar una copa en su casa. Dominado por la timidez propia de la primera vez no supe qué decirle. Me dijo que escucharíamos unas canciones muy bonitas, y como soy un loco por la música, además de que mi polla estaba como una tranca, tuve que decir que sí, y aguantarme el miedo.
Nada más llegar a su casa, comenzó a desabrocharme la camisa, para que me sintiera más cómodo, dijo; mientras, sus largos y gatunos dedos de afiladas uñas jugaban con los pelos de mi pecho como queriéndolos arrancar. Luego, cogió mi cabeza entre sus manos y sus labios buscaron los míos para besarlos como si estuviera poseída.
Sus dientes se hincaron en mis labios casi hasta hacerlos sangrar; al mismo tiempo, su lengua penetraba en mi boca y sus labios, a la vez, succionaban mi lengua.
Yo no sabía qué hacer. Una excitación imparable comenzó a sacudir mi cuerpo. Fue desnudándome lentamente; mientras, ella hacía lo propio. Se arrodilló entre mis piernas y empezó a recorrerme con la lengua y con las manos la totalidad de la piel. Yo me mostraba sumamente excitado y en una erección descomunal.
La veía moverse nerviosamente como un felino agazapado, incitándome de todas las maneras. Sentía un placer nuevo que me provocaba sensaciones jamás conocidas. Su boca se apoderó de mi polla, y comenzó a succionarla con movimientos rítmicos, de una fogosidad inenarrable. Creí que me iba a desmayar. Cuando llevábamos un rato así, me cogió con ambos brazos y me llevó a la cama.
Pasamos unos instantes maravillosos. Ella recorría todo mi cuerpo, lo acariciaba y lo iba atrayendo hacia el suyo con desesperada fuerza, sin dejar de jadear de placer. Se colocó sobre mí, su coño fue buscando mi polla y la hizo penetrar profundamente. Entonces comenzamos un movimiento rítmico, que nos llevó a ambos a un orgasmo desenfrenado.
Poco a poco ella fue enseñándome todas las variedades y posturas, hasta conseguir que con mi lengua acariciase largamente su clítoris; al mismo tiempo, mis dedos penetraban en su ano. Fui convirtiéndome cada vez más en el muñeco de sus apetitos sexuales...
Dejé de verla porque ya me aburría con tantas delicadezas. Pero mi apetito sexual había sido descubierto y no pararía allí. Las mujeres se convirtieron todavía más en mi obsesión. Las buscaba mayores que yo, porque me gustaba que me trataran delicadamente o de una forma agresiva, siempre llevando ellas la iniciativa. Así fueron pasando muchas mujeres por mi vida, y yo metiéndome en sus camas.
Mientras más experimentadas y putas eran, mayores los placeres que me proporcionaban. No concebía las folladas de otra manera. Obtener más intensas emociones constituían mi única forma de goce.
Hasta que empecé a sentirme agotado y sin imaginación para ligar con «viejas». Esto comenzó a preocuparme, y traté de encontrarle una explicación. Lo comenté con un íntimo amigo. Me conocía bastante bien; además, varias veces habíamos ido juntos de putas. Me contó que quizá lo que yo necesitaba eran nuevas o acaso distintas sensaciones, que pudiesen incitar mi imaginación sexual. Pues en vez de salir con tal mujer madura, debía probar a encontrar placer con otras que tuvieran muy poco o casi ninguna experiencia sexual. Que tratase incluso de encontrar una chavala virgen y proyectara en ella mis conocimientos sexuales.
Trabajo me costó lograr seducir a una muchacha joven. Estaba totalmente desacostumbrado de tanto «caldo viejo». Pensé en mi primera experiencia y encontré allí la clave. Debía ser tierno y cuidadoso para que la chavala no se espantara. Cuando logré llevarla por primera vez conmigo, parecía estallar de placer.
Mientras, la iba introduciendo lentamente en el mundo del sexo y del erotismo, un delirio aún mayor me excitaba con sensaciones de rutilante placer.
Convertirme en maestro de follada, enseñar paso a paso las técnicas más cachondas a quien lo desconocía se había convertido en mi más excitante experiencia. Además, de la maravilla de romper un himen, disfrutar de la música de unos gritos de dolor y ver unas gotitas de sangre en la punta de mi capullo. Desde entonces solamente encuentro placer cuando alguna adolescente en edad legal de atrevida presencia llega a mi vida para comenzar la más bella de las etapas: la de amar, follar y disfrutar hasta el paroxismo.
ALBERTO - LAS PALMAS
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